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Sinopsis

Un reputado empresario ya entrado en la cincuentena, Phillipe, está pasando unas discretas vacaciones en Marrakech con su joven amante Carlo. Una noche, al regresar a su alojamiento sufren un violento asalto en el que Philllipe casi pierde la vida. Mientras se recupera va descubriendo que detrás de ese robo hay una trama urdida por personas que él no sospechaba y por motivos que le llevan a reconsiderar todo su planteamiento vital. Va recomponiendo su pasado y analizando su relación con las personas que han pasado por su vida: su esposa, sus hijos, su amiga Emilie… Su visión utilitaria de las personas y la vida le impulsarán a la acción y a tomar venganza, sin embargo, aunque sus métodos sean los mismos que en sus despiadados negocios, él ha cambiado, y también las consecuencias de sus actos.
La novela es la historia de una evolución interior, casi una revelación de sentimientos y cambio, provocada por un suceso violento y extremo, un amor verdadero y el descubrimiento de vivir en un mundo donde las cosas y personas que el protagonista creía conocer y controlar son en realidad sus enemigos. Cuenta la bajada a los infi ernos de un canalla que, quizá, no lo sea tanto… Philippe Roland, en su esfuerzo por abrir los ojos, por empezar a despejar sus cegueras y oscuridades, transita por la ciudad de Marrakech descubriendo sus luces y sus sombras al mismo tiempo que las propias.
La mirada del alba es la primera novela de Helena Terraza, periodista y coach ejecutivo. Es una narración intensa, con personajes apasionados, ni del todo buenos, ni del todo malos, pero a los que la vida lleva a cometer acciones que no sospechaban que serían capaces de realizar. Una peripecia contada en un tono personal y sugerente, cargada de intencionalidad y sutileza y de imágenes y metáforas poéticas que no diluyen una trama llema de intrigas, traiciones, mentiras y sorpresas. Un relato cargado de fuerza e indudable talento narrativo.

CAPÍTULO I:

EL DESPERTAR DE LA SIESTA

De todos los momentos premonitorios que han sacudido mi vida con esa sensación de que algo importante está sucediendo, aunque yo no consiga captar su significado, ninguno se ha revelado a la larga tan exacto en su cumplimiento como el despertar, en el amplio sentido de la palabra, de esa siesta del mes de mayo.
  Hace calor hoy en Marrakech y es una suerte que en la azotea de nuestro riad corra algo de aire. Carlo, con su piel tan morena y quizá como herencia de sus códigos genéticos italianos, apenas parece notarlo. Apoyado en la balaustrada de adobe rosado, le observo un momento de reojo. El torso al aire apenas sombreado por un suave vello oscuro, cuyo tacto he llegado a conocer tan bien. Ojea una revista francesa en la que Rachida Dati, con su mirada enérgica, ocupa toda la portada. Los ojos de la ministra de Justicia me recuerdan a los de Madeleine, que también es descendiente de argelinos y marroquíes. Me pregunto si a Carlo realmente le interesan algo las opiniones de la ministra ante las próximas elecciones europeas. Descubro con asombro que no estoy muy seguro de a quién vota, si es que lo hace. A veces, seis meses tratando a una persona no bastan para averiguarlo. Otras, sin embargo, es casi lo primero que sabemos o intuimos de ella. Hay, seguramente, más acercamiento primitivo en la primera hipótesis. Los sentidos están distraídos en otros descubrimientos. Sigo mirándole: frunce ligeramente las cejas ante algo que ha leído y sus bellos ojos oscuros, un poco rasgados y de largas pestañas, parecen animarse. Qué más da a quién vote Carlo. Su piel bronceada no ha cumplido los treinta y los tejanos de marca le perfilan unos glúteos aún duros. Una de sus delicadas manos coge el vaso del cubata que descansa sobre la mesa baja de madera labrada. Sentado con las piernas cruzadas, bajo la jaima que le protege del sol, parece un joven jeque, un aventurero del desierto. Solo la suave melena negra y ondulada, recortada con precisión al igual que su perilla de estilo moderno, delata la mano de un buen peluquero de París.
  «Ven a ver esto» me dice con una sonrisa pícara «dos Blancanieves y un enanito», y me enseña una foto de Sarkozy flanqueado por Dati y Carla Bruni, en un contraste que delata su baja estatura.
  Cojo mi vaso y voy a sentarme junto a él, sobre los cojines. Las baldosas de barro me queman las plantas de los pies descalzos. Intento hacerlo con naturalidad y elegancia, pero, a mis cincuenta y dos, hubiera preferido continuar echado en mi tumbona, con el sol caldeándome la piel, que a la sombra en esta postura retorcida. El gimnasio me ayuda, desde luego, a mantener un físico flexible para mi edad. Incluso he dejado de teñirme porque Carlo opina que mi pelo cano y corto me da un aire «intelectual e interesante ». Pero, una vez más, soy consciente de los años que nos separan. No me importa que la gente nos mire. Ni que evalúen por mis ropas y por las suyas cuánto me cuesta mi mantenido. Pero mi propósito de no preguntarme nunca cuáles son los sentimientos de Carlo hacia mí, esa defensa por medio de la ignorancia, no es fácil de cumplir. El orgullo se niega, tercamente, a aceptar la posibilidad del desprecio.
  Cuando bajo a nuestra suite en penumbra, al pie de la pequeña piscina del patio, en la pantalla de mi móvil aparece la señal de «mensajes no leídos». Los ojeo brevemente, con un vistazo maquinal. Tres de ellos son de la ofi cina, pues saben que me gusta estar informado de lo que pasa incluso durante mis vacaciones. Hay otro de Suzanne, que no tendré más remedio que abrir aunque será una trivialidad; ella no me perdonaría si me desconectara de lo que pueda sucederle a nuestros hijos. El único que me apetece leer es de Emilie. En su estilo parco de costumbre, me dice: «Entradas para semis de R. G. Prefi eres Federer o Del Potro? Confírmame. Bss». No puedo evitar sonreír un poco. Hace cinco años que nuestras citas son de esta manera. Directas. Impersonales. Creo que Emilie se ha convertido en el amigo que hace tiempo que me he negado. Nos conocemos demasiado bien. Aunque a veces aparezca el deseo, la complicidad siempre gana. Y ella sabe esconder su ternura, su inquietud por mi salud, su cariño maternal, de una forma muy masculina. La más femenina de las mujeres que conozco, siempre estilosa, con su melena rubia bien cuidada, sus uñas pintadas en colores claros, su ropa elegante pero casual. Y, sin embargo, la mente más masculina: refl exiva, analítica, sarcástica. Siempre escondiendo su delicada sensibilidad en una ironía, una frase ingeniosa, a veces tan profunda que pocos captan su sentido del humor. Desde que renunciamos a la cama, Emilie se ha convertido en mi mejor amigo. Aunque a veces los celos o el alcohol me jueguen una mala pasada, como en aquella comida... No me gusta recordar aquel día, pero Emilie ha vuelto a su camaradería y yo me acojo al mensaje de que sigamos como antes, que regresemos al punto exacto de proximidad que manteníamos antes de mi metedura de pata. Dos entradas para el tenis son su forma de decirme que me ha perdonado y, supongo, que se siente inquieta por el misterio con que he rodeado mis vacaciones. Ni siquiera ella ha recibido esa confi dencia: con quién, a dónde. Imagino que piensa que ha perdido mi confi anza. Me gustaría tranquilizarla sin tener que dar demasiadas explicaciones. No quiero perder su cercanía, pero no estoy preparado para compartir lo que todavía no comprendo yo mismo. Acaso no hayanada que comprender. El deseo de esa piel tan joven de Carlo, de su energía y su erotismo salvaje no necesita ningún tipo de racionalización. Solo es una sacudida irresistible de los sentidos, un hundimiento en un placer que anula las razones, las ideas. Solo es deseo. Ni más ni menos.

Conoce al autor

Helena Terraza

Helena Terraza Maestre (Madrid 1967) es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. En la actualidad, ejerce como coach personal y ejecutivo.
Aunque comenzó muy joven su andadura literaria con publicaciones en diversos concursos de relatos y narración breve, esta es su primera novela. Su universo narrativo se nutre en gran medida de su dilatada experiencia profesional en el campo de la gestión cultural, en el que ha participado en un centenar de proyectos relacionados con la creación y la educación no formal.
Miembro fundador de la Asociación de Mujeres Agora Espacio Creativo, entiende la creación como un trabajo colectivo donde las sinergias entre distintas disciplinas dan lugar a obras integradoras y comprometidas, apostando por la participación y el crecimiento personal por medio del intercambio. Esa idea es claramente visible en La mirada del alba, que fue escrita en un proceso de constante revisión, lecturas y contrastes con un grupo de mujeres de su generación y que, en la edición actual, recoge las ilustraciones de la pintora Zilí Katova (Karmen Tomé Valiente) y las fotografías, sugerencias y visiones de un colectivo de trabajo del cual la autora se considera una voz más, portavoz de muchas otras.

La dicha insoportable de estar disfrutando algo efímero, algo que sabemos a ciencia cierta que perderemos

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